Espero, espero que salga la luna y envuelva la noche con su manto de estrellas, espero que salga el sol y me acaricie suave con su calidez en la mejilla, la frente, la nariz, los ojos, los labios. Espero un dulce sabor a amargo, un tierno abrazo verdadero, un despertar sonriente, el trote veloz del corazón galopando bajo mi vientre, la cómplice sonrisa de un niño, la sabia mirada del anciano. Una mañana de domingo tomando el té en algún sitio, no importa donde. El bullicio de la gente que no se oye, el soplo de aire tan cerca, que hablen las manos, tan solo ellas, que diga lo que sienten, lo que han vivido. La espera, siempre tan larga, 2 minutos o una vida, que más da. En un instante el infinito, la arena que nunca baja, el mar que se pierde a lo lejos, el cielo en su inmensidad, un único universo, tan lejos y tan adentro. Y un largo silencio, un vacío eterno, insuficiente, insaciable.
Un grito en el páramo desértico, en el paraíso sobre la tierra, en la inmensa y acogedora soledad. Esperándolo todo y nada, que se abran las puertas, que me toque en la cola, que me llamen, que se acabe el día, que despierte la noche, que crezcan, que me den amor, que me digan que si, que empiece la fiesta, que pongan la peli, que me digan siempre lo que tengo que hacer, esperando siempre ser feliz, ser ¡libre!.